Una de las maneras de variar nuestro estado de ánimo es la utilización de las palabras. Por ello hablamos del lenguaje transformacional. El lenguaje describe y crea la realidad que nos rodea. Las palabras tienen un poder inmenso porque afectan directamente al tipo de experiencia que crean. Cuando utilizamos estas o aquellas palabras, estamos abriendo con un resorte las cajas emocionales de las que estamos hechos.
La conexión entre las palabras y la emoción es clara. Piensa que usamos las palabras para interpretar, valorar y dar un sentido a todo lo que nos está ocurriendo en un momento determinado. Esas interpretaciones, valoraciones y atribuciones de sentido, forman unas gafas personales e intransferibles que hacen que tú veas el mundo de esa manera tan particular. Tus “gafas de ver la vida” están hechas de certezas, creencias y convicciones que se alojan de manera inconsciente en lo más profundo de tu ser.
¿Cuál es la buena noticia?, qué tu puedes ponerte a dieta de palabras nocivas, terroríficas, desmotivantes y limitantes y darte un buen atracón de palabras tranquilizadoras, impulsoras, optimistas y potenciadoras.
¿Entonces… hay que eliminar radicalmente las palabras negativas de nuestro vocabulario? Lamentablemente las necesitamos para describir situaciones y experiencias que no son agradables así que no puedes prescindir de ellas salvo que quieras ser una persona “flower power” que da la espalda a determinadas realidades vitales. Afortunadamente, lo que puedes hacer es ser consciente de cómo y cuándo las utilizas para MODULARLAS y que impacten de una manera más suave en tu percepción a la vez que te generan emociones más constructivas.
Utilicemos El lenguaje transformacional…. es una corriente terapéutica que consiste en reconocer que el lenguaje tiene una fuerza creadora, es decir, que las palabras no solamente sirven para comunicar ideas, sino que pueden crear y modificar realidades.
Las palabras son poderosas; más allá de toda mística o metafísica su poder radicar en que, en principio, toda palabra es una intención que al expresarse se realiza. Sin embargo, las palabras no solamente sirven para atraer cosas positivas a nuestra vida; también pueden modificar nuestro presente e incluso nuestro pasado. ¿Te parece increíble?
Tan sólo fíjate en las palabras que eliges para narrar los acontecimientos más importantes que te han sucedido. Hay una gran diferencia entre decir, por ejemplo, “Tuve muchísimo miedo, es lo peor que me ha pasado” y decir “En ese momento me asusté, pero logré superarlo”.
Cuando decimos lo primero estamos reforzando lo terrible de la experiencia y lo mucho que nos cuesta todavía recordarla. Cuando decimos lo segundo estamos haciendo énfasis en que no importa qué tan malo haya sido, nosotros fuimos más fuertes. La primera forma de contarlo convierte el recuerdo en un trauma; la segunda, en un aprendizaje.
Las palabras que elegimos para narrar nuestras experiencias son tan importantes como la experiencia misma porque la recrean e incluso la reconfiguran. Cuando usamos palabras negativas o asociadas al miedo o a la tristeza para articular nuestros recuerdos, los estamos convirtiendo en recuerdos negativos o tristes. La próxima vez que hables de ti o de tu pasado intenta reforzar lo que aprendiste en lugar de poner el énfasis de la historia en lo que sufriste. Verás cómo, automáticamente, el recuerdo deja de ser doloroso y se convierte en motivo de orgullo.
No se trata de omitir los pasajes difíciles de nuestra vida, sino de aprender a contarlos (aunque sea a nosotros mismos) desde otro punto de vista. Podemos ser víctimas o podemos ser sobrevivientes. Nosotros elegimos.